Murió Rene Houseman. Gambeteó todo lo que la vida le puso adelante, hasta hoy

Primer nombre francés, apellido británico, santiagueño de nacimiento y villero orgulloso, René Orlando Houseman, nació en La Banda en 1953 y con su familia, de pequeño, se instaló en la villa del Bajo Belgrano, donde empezó a escribir su historia. El Loco que gambeteó toda la vida en la cancha y la calle, murió este jueves a los 64 años, días después de ser internado por su estado delicado producto de un cáncer de lengua detectado en 2017.

Campeón del mundo en 1978 -también jugó el mundial anterior- y emblema de Huracán, donde es tan ídolo como en Excursionistas, Houseman fue ciudadano ilustre en las dos canchas. “No me pidan que elija a uno, soy de los dos”, dijo siempre con la misma incapacidad de la mayoría de los mortales para inclinar el amor por uno de los padres.

Los Houseman llegaron de Santiago del Estero y se instalaron en la villa del Bajo Belgrano. Allí pasó la infancia pateando pelotas y su juventud animando torneos por plata. Dejó la escuela primaria prematuramente y, antes de descollar en el Globo, hubo inferiores en Excursionistas y un cruce de vereda para debutar en la Primera de AFA nada menos que para Defensores de Belgrano, en 1971. Al año siguiente, el Dragón había caído a la Primera C y Houseman daba que hablar a los hinchas locales y visitantes.

Un año más tarde, César Luis Menotti lo llevó a Huracán, donde pasó a estar en boca de todos. Llegó la Selección, jugó el Mundial del ’74 donde al equipo no le fue bien, pero a él sí. Luego el del ’78, en el que el Loco no quedó conforme con su performance. Con la obtención del título, igual que sus compañeros, le dio la mano al dictador Jorge Videla. “Me arrepiento de eso”, asumió cada vez que se lo preguntaron en una entrevista.

Admiró a Juan Domingo Perón, quien cuando recibió a la delegación de Huracán le dio la mano y le dijo: “Usted es el famoso Houseman”. Cuando el General murió, el Loco estaba con la Selección en Alemania jugando el Mundial. “Una tremenda tristeza. Me acuerdo de que me largué a llorar. En ese momento me quería volver, pero todavía nos faltaba un partido y nos tuvimos que quedar”, dijo en una entrevista con El Gráfico.

También fue recibido por Néstor Kirchner en la Casa Rosada: “Me puse traje y todo”, asumió. Nunca tuvo un peso y cuando lo tuvo, lo perdió. Antes de ser futbolista, supo ser sodero, cadete de farmacia, carnicero y verdulero. También fue alcohólico, aunque le ganó la batalla a esa adicción.

Jugó borracho, incluso. Cuando su hijo cumplió un año dejó la concentración para ir al festejo y regresó intoxicado al mediodía siguiente. Los directivos no lo querían dejar jugar, pero pidió dormir una siesta para reponerse. Jugó y aseguró que esa vez, ante River por el Metropolitano ’77, fue la única vez que lo hizo en ese estado. Salió a la cancha, le metió un gol al Pato Fillol y pidió el cambio.

Dueño de un corazón enorme, cuando ya era un profesional respetado, Houseman acusaba lesiones para que en su lugar “entren los pibes y cobren el premio”. Sin despedida en la década del ochenta, le organizaron una en el nuevo milenio para paliar la dura situación económica. “Me compré cosas, pagué deudas, arreglé parte de mi casa. De esa guita no me queda ni una moneda”, dijo al poco tiempo.

Irreverente –”a Pelé lo enfrenté y le hice un caño”, dijo en una charla con alumnos de periodismo-, tuvo peleas intestinas que pudo saldar. Se odió con Daniel Passarella, y cuando éste lo buscó en una cena para aclarar malos entendidos, el Loco lo esperaba con un cuchillo que empuñaba en el bolsillo “por las dudas”. Amó a Menotti, cuestionó a Bilardo y gambeteó todo lo que la vida le puso adelante. Hasta hoy.

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