Este viernes se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, y en medio de tanta violencia, abusos y desigualdades, cientos de personas en la Argentina marcharán hacia el Congreso de la Nación para hacer visible las problemáticas a las que deben enfrentarse las mujeres sólo por su condición.
Como es una fecha sensible, nada puede resultar mejor que contar la historia de vida de una mujer joven que a pesar de haberse enfrentado a muchas dificultades, logró sobreponerse a las adversidades y se convirtió en una luchadora digna de total admiración.
Nadia Báez tiene 29 años, está casada, es mamá de un niño pequeño, está a punto de terminar su tesis de Psicología y se destaca por algo muy especial: es nadadora profesional y a lo largo de su carrera ganó varias medallas que la consagraron como una deportista muy talentosa.
Aunque perdió la visión total cuando tenía sólo 14 años, su vida y la de su familia cambió rotundamente mucho antes: el día en que los médicos del Hospital Garrahan le diagnosticaron retinoblastoma bilateral, un cáncer ocular que afecta en gran medida a niños.
Nadia tenía sólo 8 meses cuando su pediatra notó que algo raro había en su mirada. Preocupado, le dijo a Beatriz, su mamá, que la llevara al Garrahan para que la vieran, y le dio una carta de recomendación para que los médicos del lugar supieran que esa beba era paciente de uno de sus colegas.
“Cuando leyeron la carta, me dijeron: ‘No, hay que hacerle hoy un fondo de ojos’. A las 12 del mediodía se lo hicieron y ahí sí salieron los tumores. El pediatra de allá me dijo: ‘Esto ya es muy tarde, esta chica queda ciega, hay que sacarle un ojo’. Yo pensé que estaban todos locos. Cada vez entendía menos. Ese día estuvimos todo el día allá, y cuando terminaron los estudios, como a las cinco de la tarde del miércoles, el oftalmólogo me dio turno y me dijo: ‘El lunes te la opero’ “, contó Beatriz en una charla íntima que mantuve con ella en su casa en el 2015, día en que la entrevisté para comenzar un perfil sobre su hija.
Aunque hasta los 13 años Nadia veía muy poco, ya había tomado la decisión de aprender braille por si algún día sus ojos definitivamente dejaban de ver. Cuando ese momento llegó poco tiempo después, no fue una sorpresa para nadie. Su familia se dio cuenta de que las cosas habían empeorado mucho porque un día, sin querer, se chocó con una pared.
Allí comenzó una nueva etapa para ella y sus padres, quienes sufrían y temían cada vez que su hija hacía actividades sola. Para ellos era difícil dejar que una chica de su edad y de su condición se tomara un colectivo o prendiera la hornalla de la cocina sin ayuda porque todo les parecía un riesgo descomunal.
Con el tiempo, ella supo demostrar que la mejor forma para tener una vida normal era que la dejaran hacer las cosas a su manera, y así fue como también llegó la natación a su vida. Aunque al principio su anhelo no era ser una deportista profesional, lo cierto es que a medida que su talento crecía, las propuestas y las ganas de mejorar aumentaron cada vez más.
“En algún aspecto estoy orgullosa de lo que soy, a veces la gente me dice ‘¿cómo podes salir a la calle?’, o me dicen ‘qué difícil es andar por la calle’, y al contrario, no tengo tanta dificultad, si todo fuera fácil sería aburrido. Uno aprende a vivir con eso. Hay que buscar distintas experiencias, y buscar el lado positivo de lo que me tocó, quizás si no hubiera tenido esta enfermedad no tendría una carrera, un deporte y una familia”, cerró.
*Fuente @bigbangnw