A 51 años del paso del tornado por San Justo. El recuerdo de una sobreviviente

El mayor tornado de la historia fuera de los Estados Unidos ocurrió en San Justo, hace 51 años.

A la tormenta la precedió una mañana de calor agobiante. Se acercaba un temporal. Era evidente, lo anticipaba el tono plomizo del cielo. Pero había algo más, algo que no se veía, pero que muchos sentían en el aire: una pesadez extrema y una extraña sensación de embotamiento. Era la baja presión atmosférica manifestándose en el cuerpo.

Gran parte de los vecinos se acostaron esa tarde a dormir la siesta sin saber -porque hubiese sido imposible imaginarlo- que la tormenta venidera traería consigo el tornado más atroz de la historia del hemisferio sur. Fue el más fuerte del que se tenga registro fuera de los Estados Unidos. En tan solo dos minutos, el gigantesco embudo de aire dejó 17 manzanas completamente arrasadas y más de 80 fallecidos, además de cientos de heridos.

Esto es lo que expresaba Liliana Sacco, una de las sobrevivientes: “Los números no dicen nada; todo lo que te digan que pasó queda corto. Es imposible poner en palabras esa tarde”, sostiene Liliana, sobreviviente del tornado del 73, en el que fallecieron algunos de sus seres más queridos. “Si te digo que las vacas pasaban volando, que los camiones con acoplado volaban por el aire 100 metros, es imposible que me creas. Parece ciencia ficción, pero no. Al día siguiente, los árboles aparecieron quemados; las chapas, enroscadas a los arboles como bufandas. Había personas decapitadas en la calle, muertes muy violentas”.

Recién horas después, en medio de la intensa lluvia que siguió al tornado, ella se enteraría de que la manzana donde estaba ubicada su casa era el foco de aquel embudo de aire. Allí ocurrieron los mayores destrozos y también la mayor cantidad de fallecidos.

“No sé cuánto tiempo después desperté. Pero me acuerdo que estaba tapada por pilas de escombros, totalmente inmovilizada. No tenía heridas graves, pero sí iba hacia una muerte segura por asfixia. Cuando escuché que llegaba gente a rescatarnos, abrí la boca grande para pedir auxilio y no me salía la voz. Tenía el pecho muy aplastado. Me salvaron gracias a una hermana mía, que, mientras se la llevaban, les dijo: ‘No se vayan, buquen a mi hermana. Tiene que estar por acá, cerca’. Empezaron a mover escombros y, providencialmente, lo primero que descubrieron fue mi rostro”.

“Los hospitales estaban totalmente colapsados. Llegaban las ambulancias y se llevaban a los heridos y no sabíamos por dos o tres días dónde estaban nuestros familiares ni cómo estaban. Los muertos se apilaban. Incluso, llegaron a poner gente viva entre los muertos, que después reaccionó. Por la calle aparecía gente totalmente desnuda. El viento les había arrancado la ropa”, contó Sacco.

El padre de Liliana murió a las 18 de ese día, en un hospital cercano, al igual que su sobrina segunda, de tres años, que era, además, su vecina. Su madre y una de sus hermanas estuvieron internadas, al menos un mes, la primera con una herida profunda en el cráneo y la segunda con 50 puntos de sutura en el brazo. Las dos necesitaron numerosas cirugías para, finalmente, obtener el alta.

Con información de La Nación (extracto de la nota efectuada a 50 años de la tragedia)

Compartir
ads
ads
ads
ads